jueves, 3 de julio de 2008

Game Over

Pequeños momentos como de otro tiempo, de otro lugar se intercalan suavemente, como una caricia entre las intermitencias de mi sueño, como un ir y venir de recuerdos de algo que todavía no fue y esperanzas de aquello que ya ocurrió. Momentos que me mantienen en una leve tensión latente sobre mis tendones, y mis nervios, y mis venas, y mi sangre. Y que me hacen definitivamente asirme de la vigilia y levantarme, todavía un poco turbado y sin saber muy bien de donde vengo ni a donde voy.

Entonces tras los consabidos instantes de fantaseo y desafío a la unidad del tiempo, pones los pies tras de la puerta de calle y desde ahí ya no necesitas más, es como si ellos te llevaran solos, como si se supiesen el camino, no es preciso pensar qué está pasando si no qué va a pasar, y uno gesticula y habla solo y camina, también camina aunque casi no lo advierta, colegio medio derruido a la izquierda, antigua vía de tren sin más ambición que zapatos y ruedas de bicicleta, obras interminables y arbolitos, tierra y rastrojos, a la derecha la carretera dirigiéndose conscientemente al cementerio, éste casi más derruido que el colegio, paso de cebra, concentración de camiones, un parque siempre solitario, continuidad de los caminos, sol que proyecta más grados de los deseados, una locura creciente conforme los caminos anuncian la llegada, una tranquilidad inmensa, una esquina hacia la izquierda, y en medio de todo sólo dos pies que me han llevado a aquel lugar que hace unos meses no sabía siquiera que existía, y volver la esquina divertido de pensar que esta vez sí, y los nervios como siempre por libre, involuntariamente crecientes, y seguir hacia adelante como con disimulo buscando apenas un color, un penacho colgando de una luna, tres letras, una silueta, cosas que ya estaba acostumbrado a ver y con las que ya me conformaba como una evocación de algo que es y que no tengo y que ahora parece el todo y lo sé y me parece normal, lo peor es tal vez eso, que ahora me parece normal, y seguir hasta la esquina pasando de largo las dos cafeterías que otrora me sirvieran de algo, hasta llegar al supermercado y darme cuenta que no sería necesario esta vez esperar allí hasta el final, agazapado, escondido, esperando el momento oportuno, porque el tiempo se había acabado, la papelería tenía las luces apagadas, la frutería estaba recogiendo las últimas cajas de naranjas y manzanas, la primera cafetería acababa de echar las rejas y la segunda estaba recogiendo las mesas, por las calles ya no andaban las personas que solían, eran otras personas que al igual que a las otras no las había visto nunca pero a estas no las conocía, la luz era otra, salía agua por las ventanas, el ambiente estaba cansado, el colegio lo vi por primera vez cerrado a cal y canto, y entonces sentí que era el final, que este no era ya el lugar que yo conocía, que ya no era mi lugar, como si la situación me ofreciera triste y resignada un pañuelo blanco y yo comprendí que debía recogerlo y marcharme porque ya acabó para mí el juego, ahora es turno para otros espero que con mejor suerte, que pase el siguiente. Pero nada pasa, nada pasó, nada pasará, yo ya lo sabía.

El Puerto de Santa María, a 28 de Junio de 2008.

1 comentario:

Maga dijo...

"Continuidad del camino...", "Continuidad de los parques". Cuando creemos que el juego llegó a su fin, a veces desde la ficción nos llegan señales que parecen decir que en (la) realidad, el juego continua.

Saludos.